domingo, 8 de enero de 2012

Las mentiras de los políticos, la corrupción y el fraude fiscal (a propósito de la promesa de Rajoy de que no subiría los impuestos).

Algunas reflexiones sobre el recurso a la mentira en la política y su habitual impunidad, al hilo de las promesas incumplidas de Mariano Rajoy de que no subiría los impuestos. Trato también la aceptación social de la mentira y expongo algunas ideas sobre la corrupción y el fraude fiscal en España.


La mentira, moneda común en la política y su impunidad

Donde dije digo, digo Diego. Prometer una cosa y hacer justo la contraria. Mentir, por concentrarlo todo en un verbo que por estas tierras meridionales se conjuga constantemente y con total impunidad, sin reproche social. Los latinos tenemos, sin duda, otras virtudes; pero la de no recurrir a la mentira no es nuestro fuerte. Aquí el embuste, la pillería y la picaresca no tienen mala prensa. Son percibidas por muchos más como virtudes que como defectos. Por supuesto que en esta parte del mundo también hay personas que no mienten (o que mienten poco); pero es notorio que en España la mentira, incluida la del subgénero político, es admitida y tolerada como lo más natural del mundo. Rara vez recibe el rechazo y castigo que merecería. Evidentemente, la mentira es una realidad universal, pero la docilidad y naturalidad con la que son encajadas las mentiras más notorias de nuestros políticos por el pueblo español es escandalosa. Mentir sale gratis y eso, claro, fomenta que el que recurre a ello reincida en valerse de las mentiras indefinidamente, en vista de que mentir le sale gratis.

Todos sabemos que en tiempos de elecciones se prometen muchas cosas que difícilmente podrán ser cumplidas, del mismo modo que todo vendedor exagera los méritos de su mercancía. Y por si algún despistado no lo sabía, el Viejo Profesor, Enrique Tierno Galván, aquel memorable Alcalde de Madrid, cuyo entierro congregó al pueblo de Madrid como nada lo ha hecho en los cerca de 40 años que llevo viviendo en esta ciudad, nos lo dejó bien claro: "las promesas electorales están hechas para no ser cumplidas". Eso dicen que dijo en alguna ocasión, pero quizá también eso sea mentira…

En todo caso, hay mentiras y mentiras o, por lo menos, maneras disimuladas de hacerlo y otras toscas o evidentes. Una cosa es prometer algo que el tiempo va dejando en el olvido o que las circunstancias sobrevenidas hacen muy difícil o imposible de llevar a cabo y otra es prometer algo rotundamente y cuyo cumplimiento depende, además, del que lo promete y, al día siguiente, en plan si te he visto no me acuerdo, hacer exactamente lo contrario.

Normalmente la mentira política nos la edulcoran antes de hacernosla tragar, del mismo modo que el mal sabor de los jarabes es disimulado con sustancias químicas o se aplica anestesia antes de una cirugía. Las técnicas para hacer más tolerable la mentira política son de lo más variado y no es del caso entrar ahora en el análisis de esa faceta ruin de la política. En ello también tiene responsabilidad el electorado, por no castigar a quien miente y porque desea ser embaucado con promesas inalcanzables, creer en un superhombre que le va a solucionar todos sus problemas. El paradigma de la historia reciente son las desmesuradas expectativas que desató la elección de Barack Obama como Presidente de los EE.UU. de América.


Las mentiras de Rajoy sobre la subida de impuestos

Mariano Rajoy jura su cargo ante los Reyes. | Ángel Díaz | Efe

Foto: Ángel Díaz - Agencia EFE
«Hay que seguir bajando los impuestos para ganar recaudación»
(16 de noviembre de 2011, cuatro días antes de las elecciones)

«No quiero subirlos, eso va contra la inversión y el consumo»
(19 de diciembre de 2011, durante el debate de investidura).

Fuente: “20 Minutos”, martes 3 de enero de 2012.

Como puede verse, el mensaje sufrió un cambio sutil entre la campaña electoral y el debate de investidura, esto es, antes de necesitar el voto de los ciudadanos y después, ya desaparecida esa necesidad y cuando tenía, además, asegurada ya la investidura como Presidente del Gobierno, al disponer el PP de mayoría absoluta. Primero hizo una defensa tajante de la bajada de impuestos y después pronunció un mucho menos vehemente y comprometedor  "no quiero subirlos". Es decir, que el Rajoy ya ganador de las elecciones simplemente afirmaba que no quería hacerlo, no que no fuese a hacerlo. Nos advertía sutilmente de una posible subida de impuestos en contra de su voluntad. Yo no quiero, pero... las circunstancias podrían obligarme a ello, podría no quedarme otro remedio, a consecuencia de la mala gestión del gobierno saliente.

Pese a esa modulación de sus palabras, la subida de impuestos de Rajoy se sitúa en flagrante contradicción con las promesas formuladas por él mismo muy poco antes, tanto durante en la campaña electoral como en el debate de investidura, al menos con la manera recta y honesta de interpretar lo que dijo desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados. Es una mentira política que nos ha sido impuesta ipso facto, recién aterrizado el Gobierno y, como quien dice, cogiendo desprevenida a la población y aprovechándose del período de gracia inicial que suele tener todo Gobierno. La mentira ha sido administrada sin el más mínimo disimulo, ni cuidado. Ni un poquito de vaselina nos han dado. Cucharada de aceite de hígado de bacalao al gaznate y aguantar toca su horrible sabor. Apenas ha empleado nuestro nuevo Presidente unas pequeñas argucias que no engañan ni a un niño de lo que antes se llamaban "parvulitos". De una parte, se ha escudado en que el déficit del Estado era dos puntos porcentuales mayor de lo presupuestado por el anterior Gobierno. La otra argucia ha sido evitar dar la cara para anunciar esa medida y que, así, a la mala noticia le pongamos la cara de la Vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, su más cercana  colaboradora durante estos largos años en que Rajoy esperaba pacientemente en los bancos de la oposición que cayera el fruto de la Presidencia del Gobierno, ayudado por la crisis económica y por la evidencia de las múltiples carencias de Zapatero, de las que ha terminado por darse cuenta todo el mundo.

Parece un sueño absurdo, pero sí, un tipo tan ligero y poco capacitado para gobernar como Zapatero ha presidido el Gobierno de España durante casi ochos años. Otra cosa son sus habilidades para embaucar a los votantes e ir salvando los muebles, sin más horizonte que conservarlos hasta el día siguiente en que ya se saldrá adelante como se pueda, para lo que a mi juicio ha demostrado un talento excepcional. Pero se trata de habilidades que sólo le aprovechan a él, pues lo que afecta a la gente es el buen criterio y el sentido de la responsabilidad para gobernar y esos, qué duda cabe, no eran los puntos fuertes de ZP. Sólo en su última etapa como Presidente, cuando ya sabía que no volvería a presentarse a las elecciones y arreciaban las presiones desde Europa para evitar que España caminase hacia la quiebra del Estado, adoptó medidas responsables. 

La "sorpresa" de la desviación del déficit no lo es tal porque donde se ha producido la desviación al alza del  déficit presupuestario ha sido, muy principalmente, en Comunidades Autónomas y en Ayuntamientos y el Partido Popular lleva años, o por lo menos meses, gobernando en la mayor parte de ellos. Por eso, no es creíble que no conociera la situación financiera de las mismas. Se trata de una excusa para justificar la mentira electoral de que no se nos iban a subir los impuestos.

No entro ahora en consideraciones sobre a quien corresponde la responsabilidad de haber llegado a esa  situación. Creo que los gobiernos de todo color han estado detrás de ello. Se ha gastado muy mal el dinero público, instalados en una cultura del derroche, flotando en la nube de la perpetua abundancia, en vez de considerar el dinero público como un recurso limitado y, además, ajeno, por lo que debe administrarse con especial cuidado y total transparencia. Basta pensar en la faraónica construcción de aeropuertos para los que no hay viajeros o en la concesión de las más variopintas subvenciones que, además, se reparten entre los afines, fomentando de paso su fidelidad y sumisión.

Y, a pesar de todo ello, no se observa en la calle, ni siquiera entre los que votaron a Rajoy, un verdadero enfado o decepción profunda y sentida por sus flagrantes mentiras en cuanto a que no subiría los impuestos. Se acepta que ha mentido como el hecho más natural del mundo, hasta el punto de que ello no merece ni la molestia de un reproche.

A mi juicio, esa tolerancia de las mentiras de Rajoy se debe en parte a la asimilación social de esta ya prolongada y profunda crisis económica en que estamos inmersos y,  más concretamente, a que muchos comparten la exsitencia de una verdadera necesidad de reequilibrar las cuentas públicas e impedir el riesgo de quiebra del Estado, aunque la medida vaya contra la inversión y el consumo y, en consecuencia, contra el empleo. Pero la acrítica y dócil aceptación de tan flagrantes mentiras se debe también a que buena parte de los españoles considera que es normal y aceptable mentir si a uno le conviene y le sirve para conseguir sus objetivos: ganar las elecciones en el caso de Mariano Rajoy. En definitiva, no se considera que el estándar ético exigible a los políticos, en particular, y a todas las personas, en general, conlleve la renuncia a valerse de mentirasY, consecuentemente, mentir le sale gratis al mentiroso. La proliferación de las mentiras de los políticos será la consecuencia lógica de esta forma de pensar. Y, yendo más lejos, las relaciones humanas deberán basarse en la mayor de las desconfianzas si la mentira es lo normal, lo cual es mucho más grave.  


La corrupción y sus nefastas consecuencias

Y tampoco cabe olvidarlo, se ha robado mucho, de las más variadas formas. La corrupción es muy grave porque pervierte el funcionamiento del Estado. Detrás de los gastos absurdos y desmesurados, de los que he citado tan sólo dos ejemplos notorios, se esconde con muchísima frecuencia el enriquecimiento de los políticos corruptos. Además, la corrupción pervierte la competencia entre las empresas, sirve de justificación moral a la defraudación de impuestos y, cuando se instala en las alturas de la política de un país, tiende a ramificarse como un cáncer por toda la Administración Pública e incluso por el conjunto de la sociedad civil.

Allá donde el mal de la corrupción se generaliza, la sociedad entera se degrada y empobrece. Es, pues, algo gravísimo y, con buen criterio, muchos ciudadanos lo consideran uno de los principales problemas de España, pero curiosamente, ni Rubalcaba, ni Rajoy mencionaron la corrupción en su debate televisivo. Sus respectivos partidos se han visto afectados por múltiples e importantes casos de corrupción y optaron por esa forma de engaño paternalista que consiste en no mencionar la verdad, en hacer como que el problema no existe y que el personal no recele más aún de los políticos ni se alarme.


El fraude fiscal en España

Otra lacra de la realidad española cuyo combate adquiere, además, especial importancia y justicia con la subida del IRPF es el fraude fiscal. Aquí abunda el dinero negro, los ingresos por los que no se paga la parte correspondiente al Estado y, por tanto, se pervierte la regla de que todos contribuyamos al sostenimiento de los gastos públicos con arreglo a nuestra verdadera capacidad económica. Parece que se han hecho algunos progresos en ese campo en los últimos años (aumento significativo de la recaudación por la Inspección de Hacienda) al haberse visto necesitado el Estado de obtener recursos financieros por el fuerte descenso de la recaudación por el cauce normal, lo que en ocasiones se llama eufemísticamente "pago voluntario". Sin embargo, el volumen de fraude fiscal existente en España es escandaloso, en términos de justicia contributiva y muy perjudicial, incluso, en términos de pura eficiencia económica y requiere, por tanto, que se multiplique la acción del Estado en la lucha contra el mismo. Ya que el progreso y extensión de una conciencia moral que llevara a que no se produjeran esos comportamientos es una aspiración inalcanzable, hay que actuar contra el fraude fiscal en dos frentes: políticas preventivas y políticas punitivas.

Hay que aprobar y, sobre todo, aplicar normas que traten de impedir la opacidad fiscal de una parte considerable de las transacciones económicas, es decir, hacer que defraudar sea más difícil. También hace falta que la Inspección de los Tributos e incluso la Fiscalía, en los casos más graves de fraude fiscal, incrementen su acción para descubrir y castigar el fraude fiscal y que, al menos, quienes tienen la posibilidad de cometerlo se lo piensen dos veces antes de hacerlo por el miedo a ser descubiertos y a las sanciones o penas consiguientes.

Veremos si las promesas en este campo se cumplen, incluso aunque sea en una medida mucho menor de lo deseable y necesario. Tampoco cabe esperar milagros; pero creo que la inmensa mayoría de los ciudadanos, que sí pagamos con arreglo a lo que ganamos, debemos exigir mucho más a los gobernantes a este respecto. Se puede hacer mucho más de lo que se viene haciendo. Los defraudadores también votan, es cierto, pero no son la mayoría y lo mínimo que cabe exigir a los gobernantes es que garanticen el cumplimiento de las leyes, incluidas las normas tributarias.

No se trata de una cuestión menor y no cabe una perpetua resignación en este campo de la mayoría silenciosa que cobra una nómina y dueña, si acaso, de algunos ahorros generadores de rendimientos del capital, por todo lo cual paga religiosamente su IRPF. En España hay mileuristas que pagan más impuestos que algunos cienmileuristas. Ahora que el Estado anda tan necesitado que no puede dejar escapar un céntimo de euro de ingresos fiscales, nos encontramos ante una ocasión perfecta para paliar la patológica difusión y dimensión del fraude fiscal en España.

Por último, si el dinero público se administra con razonable austeridad y se pone coto a la corrupción en la política y las Administraciones Públicas, se priva de coartada moral a los defraudadores.

No es que yo sea tan naíf como para creer que todos estos cambios se van a producir de la noche a la mañana, ni siquiera en el largo plazo y en la medida deseada; pero esta crisis económica nos está dando a todos algunas lecciones y puede ser una oportunidad para avanzar en la mejor administración del dinero público, así como en la lucha contra la corrupción y el fraude fiscal. La perseverancia de los ciudadanos en esas demandas es, por supuesto, esencial.

En el fondo, todos los problemas expuestos tienen su causa en la falta de ética, como ocurre también en notable medida con el origen de la actual crisis económica. Es evidente que detrás de la crisis económica se oculta una crisis moral. Pero la realidad es cruel y quienes más sufren la crisis son quienes no tienen culpa de ella. Algunos de sus causantes han percibido indemnizaciones millonarias, en unos casos, y en otros, han visto crecer sus ingresos e incluso algunos han sido premiados con puestos de responsabilidad en el Gobierno (me refiero al de los EE.UU.; pero no sé si aquí también tenemos un caso similar, ya saben de quien hablo...).


P.D. Por si os interesa profundizar un poco en la corrupciónadjunto un par de links ilustrativos y que afectan, en un caso, al PP y en otro al PSOE.

Un excelente reportaje que cuenta como se ha llegado al hundimiento financiero de la Comunidad Valenciana, publicado en El País, el 15 de enero de 2012, El Desvarío (Josep Torrent).

Y una aséptica entrada de Wikipedia sobre el escándalo de los ERE en Andalucía. "ERE Gate" o "Fondo de Reptiles"

Otro artículo sobre el recurso a la mentira en la política y, en particular, las mentiras y contradicciones de Rajoy sobre la subida de impuestos.
"La mentira política sale gratis" (Teodoro León Gross, Diario Sur)

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