domingo, 20 de diciembre de 2015

"No será la Tierra" (una novela de Jorge Volpi). Reseña

Portada de la primera edición en España (© Corbis)
Crítica de la novela "No Será la Tierra", del escritor mexicano Jorge Volpi, tercera de su trilogía sobre la historia del Siglo XX, publicada en septiembre de 2006 por la editorial Alfaguara.

Iniciada con el preludio “Ruinas” (1986) y dividida en tres actos −Tiempo de Guerra (1929-1985), Mutaciones (1985-1991) y la Esencia de lo Humano (1991-2000)−, «No Será la Tierra» es una novela singular y atrevida. Jorge Volpi (Ciudad de México 1968) concluyó con ella su trilogía dedicada al Siglo XX, cuyas dos primeras entregas fueron En busca de Klingsor (Seix Barral, 1999) y El fin de la locura (Seix Barral, 2003)Diez años de una vida nada menos – los que van, aproximadamente, de la mitad de la veintena a la de la treintena- que Volpi se ha pasado, en palabras del propio autor, “fabulando sobre ese período”.

La extensión espacial y temporal de “No Será la Tierra” es inmensa. Los EE.UU. de América, como escenario principal de la vida de dos de las tres mujeres que vertebran la historia (Jeniffer Moore, funcionaria del FMI y la informática húngara Éva Halász). La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas −la temida, denostada, y hasta admirada URSS, unas siglas que dicen ya muy poco a los más jóvenes− donde la bióloga soviética Irina Granina, esposa de un científico que elabora armas biológicas y es encarcelado por su disidencia política, asiste al derrumbe del régimen comunista. También aparecen en sus páginas algunas ciudades y países europeos, de uno y otro lado del telón de acero (Berlín, Londres, Budapest), e incluso África (República del Congo, por entonces rebautizada el Zaire, cortijo de Mobutu y su clan) y América Latina (México), a propósito de sendas misiones del FMI en cuya ejecución pugna por salir exitosa la enérgica Jennifer Moore, un personaje muy bien definido y cuya evolución resuelve su creador con maestría, aunque su personalidad carezca de la singularidad o excentricidad de varios otros (como su hermana Allison o la genio matemático-informático Éva Halász). 

Pero, aparte de los tres personajes femeninos a los que Volpi eligió como protagonistas principales de la trama que le sirve para diseccionar los 15 ó 20 años finales de la Unión Soviética, con alguna excursión al tiempo anterior que los prefiguró, y del desplome del comunismo en sus países satélites, por esta novela discurren las vidas, de forma más o menos fragmentaria o extensa, de muchos otros, hasta 120, incluido el narrador. Este tarda en ser desvelado y no aniquilaremos el factor sorpresa aquí (descúbralo, pues, el lector). Dada la numerosa nómina de dramatis personae, el texto de la novela va seguido de una guía para que los lectores no se pierdan -con la dificultad añadida de lo extraños que resultan sus nombres para los hispanohablantes-  en forma de lista de personajes, agrupados por epígrafes temáticos o geográficos.


Foto del autor, Jorge Volpi (diariolatercera.com)
Además de las citadas tres mujeres hasta cierto punto excepcionales que protagonizan la novela −una elección de sexo con la que Volpi ha emparejado su novela con la revolución que el pasado siglo supuso en cuanto al papel de la mujer en muchas de las sociedades del planeta−, en ella aparecen un buen número de personajes históricos como Stalin, Mihail Gorbachov, Boris Yeltsin, Alexander Sholtzenitzin (autor de “Archipiélago Gulag” – testimonio esencial del horror soviético de los campos de prisioneros políticos), Ronald Reagan o George Bush I,  entremezclados los grandes hechos de la historia política, con especial énfasis en el desplome del gran imperio comunista y la decepcionante evolución posterior de la nueva Rusia. Hay espacio, asimismo, para algunas incursiones y reflexiones sobre la guerra (caliente, fría o de las galaxias - el blindaje antimisiles de Reagan), la carrera científica y la lucha por el dinero de los inversores bursátiles de Wall Street en torno al proyecto de genoma humano, la inteligencia artificial, el progreso de la informática, el capitalismo y las decisiones sobre las instituciones económicas internacionales adoptadas tras la Segunda Guerra Mundial (FMI y Banco Mundial) o el pensamiento de grandes economistas (Keynes y Galbraith). Un menú extraordinariamente proteico.

"Muñecos rusos"
(imagen: z8.invisionfree.com)

Por todas partes, la codicia, la lucha despiadada de unos seres humanos contra otros, el afán de ser más, de imponerse, de ganar, de vencer, de someter, de poseer, unos propósitos a los que todo lo demás, de manera más cruda o aderezada, con descaro o con coartada, va supeditándose. Una maldición genética que veda a la especie el sosiego con lo conseguido, que la empuja a desear sin descanso más o distinto. E igualmente ubicua, hasta entre los modernos misioneros de las oenegés y los primeros iluminados del ecologismo, la imposibilidad de la comprensión mutua y la armonía. No es rara la paradoja del desprecio profundo que el filántropo siente por el beneficiario de su abnegación y sacrificio y, más aún, por los otros filántropos, que no saben lo que se hacen porque nada han entendido. En el "ranking" de odios e incomprensiones la modesta diferencia con el vecino sitúa a éste muy por delante del común y lejano enemigo. En el ambiente, creencias, ideologías, grandes postulados, en declive o progresando, sueños individuales o colectivos a los que todos, de alguna u otra manera, se aferran, nos aferramos, y que se acaban revelando como mitos o mentiras, explicaciones insuficientes, edenes que nunca llegan (la mano invisible, el Estado que todo lo planifica y controla, la igualdad, la competencia, la ciencia, el mercado, etc.). Entre tanto, pasa la vida, de las personas, de las familias, de las ciudades, de las naciones, de las ideologías, de los sistemas económicos, de los regímenes políticos, de los descubrimientos científicos, de los logros tecnológicos, quedan las huellas, las heridas, los daños directos y colaterales de guerras, expolios y revoluciones, víctimas y triunfadores (incluso ambas cosas a un tiempo), y nada, absolutamente nada, resulta tal y como se esperaba.

Una de las críticas que ha recibido esta novela es la del consabido refrán con que el vulgo cruel, supuestamente sabio en su modesto realismo descreído, escarnece el exceso de ambición, esto es, que “quien mucho abarca poco aprieta”. Es cierto que la extensión temporal y geográfica, los muy diversas temas de fondo que se hilvanan a través de los personajes (tanto o más que viceversa) y la abundancia de secundarios que no lo son tanto obliga a Volpi a pasar así como a la carrera, despachándoselas de dos brochazos, por un gran número de escenas o situaciones, a pesar del relativamente largo metraje de la novela (516 páginas). La aceleración propia del pasar de puntillas, junto con la proliferación de hechos y personajes históricos, provoca que la novela adquiera a ratos un aire de enciclopedia novelada. Asimismo, ha de forzar bastante los acontecimientos y las casualidades para que los destinos individuales y los colectivos -intrahistoria e Historia- se enlacen mediante el contacto entre personajes novelescos e históricos, y ello además en un juego que tiene escala planetaria. Asimismo la elección del narrador tiene cierto tufo cinematográfico o folletinesco. La misma trama contada con una prosa ramplona, sin el aderezo de las reflexiones de calado o rebajadas en su profundidad y efecto frenada mediante los consabidos diálogos teatrales, tendría un inequívoco aire de serie de televisión -la forma estrella de la ficción en los últimos años (en términos puramente cuantitativos).

Gana altura literaria la novela en los períodos en que Volpi relega a un segundo plano los hechos históricos, se concentra en los personajes puramente novelísticos de la trama, y suelta las riendas de la forma de contar que constituye su suerte natural. En esas fases le brota un aliento poético que impulsa su imaginación y le otorga una personalidad definida y mucha más fuerza a su estilo. En esa línea se inscribe sin duda el preludio, una absorbente y dramática narración del accidente nuclear de Chernóbil. En “lo otro”, en lo más ceñido al dato histórico, se le nota en exceso contenido, en una provisional unión de hecho con un estilo más plano, aunque aún en límites tolerables, pulcro o correcto, gracias al apoyo en la precisión de los verbos y en la evitación de las fórmulas insoportablemente trilladas (recuerden, si pueden, algún best-seller que hayan tenido el estómago de soportar, aunque fuera sólo por espacio de unas páginas); pero se percibe un exceso de presión o censura interna para no alargarse demasiado, un empeño obstinado en ir llegando al final sin sobrepasar un número de páginas supuestamente disuasorio e indeseable. Las historias personales que durante buena parte de la novela discurren en distantes paralelos se van ovillando hacia el final, quizás menos logrado que el desarrollo de la novela. El desenlace tiene algo de “pim-pam pum”, se acabó, disuélvanse, por favor, hasta aquí hemos llegado. O igual es que, como ocurre en los puntos de quiebre de la historia y atestigua esta novela cuando han sido tantas las esperanzas que se depositaron en el cambio, que también los finales de las novelas tienden a generar decepción, más aún si se trata de novelas algo largas. O quizás sea simplemente que por todas partes sobrevuelan los muy humanos cambios de ánimo, ya sea a un lado del espejo, al otro o ambos, volubilidades o desarreglos anímicos de los que se encuentran muy conspicuos ejemplos entre los personajes de esta novela. 

En cualquier caso, “No Será la Tierra” es una lectura que deja recompensa, tiene fases de altura literaria, prometedoras de un talento que algún día encontrará el traje de su medida (o ha ocurrido ya entre tanto el feliz emparejamiento y simplemente este comentarista no se ha enterado), y constituye una excelente ocasión para recordar, o conocer por primera vez, el final de la Guerra Fría. En vez de ser escarnecido por su exceso de ambición o por haber traspasado rígidas fronteras de género, incursionándose en el habitual lodazal del thriller -en forma de combinado político-científico-detectivesco-, sin renuncia a “la novela literaria”, creo que Volpi merece el reconocimiento a la valentía que nos descubre la ambición de su empresa, que además no cabe en justicia declararla fallida, sino en una transitoria suspensión de pagos. Lo que sí puede es que haya muerto en el intento, en vista del ingente despliegue de esfuerzo narrativo y documental que se intuye detrás de su novela y, es posible, que a ello se añada el dolor por haber sacrificado en forma voluntaria la capacidad para hacer literatura que da la impresión que Volpi tiene. Por cierto, las reiteradas aposiciones, que inicialmente le despertaron recelo, han terminado por no disgustarle a este reseñista (Boris Yeltsin, de fuertes brazos; Gorbachov, pastor de hombres; Moscú, ciudad de anchas calles).

sábado, 21 de noviembre de 2015

"Los Enamoramientos", una (mala) novela de Javier Marías

Crítica de la novela "Los Enamoramientos", de Javier Marías (Alfaguara, 2011). Elegida mejor novela del año 2011 por Babealia (suplemento de artes y cultura del diario El País). Galardonada con el Premio Nacional de Narrativa del Año 2012. Finalista del National Book Critics Award de 2013 (el premio de la crítica de los EE.UU. de América) y ganadora del Premio Internacional Giuseppe Tomasi di Lampedusa 2014. Una opinión discrepante e incluso muy a contracorriente, por lo que se ve.


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Portada de la primera edición de bolsillo, Random House Mondadori (febrero 2013)
Fotografía: Elliot Erwitt/Magnum Photos


Evocación, tridimensionalidad de los personajes, situaciones creíbles, imaginación, algún grado de disimulo u ocultación del autor, belleza y eficacia del estilo, precisión  léxica, ritmo interno de la narración y ritmo de las frases, emoción, entretenimiento, humor, intuiciones y reflexiones brillantes o iluminadoras, profundidad, intriga, humor, aprendizaje, descubrimiento de mundos o realidades desconocidos o nuevas perspectivas de los ya conocidos, una verbalización de ideas y sentimientos en la que nos reconozcamos o reconozcamos a otros… Estos son algunos de los elementos que, en proporción variable y según el gusto de cada cual, muchos lectores valoran en las novelas. Por fortuna, a poco que se elija alguna que goce de un cierto “aval” –el del filtro del tiempo suele ser el más fiable, por mucho que el descubrimiento de lo menos divulgado conlleve un placer añadido- es muy probable que la novela en cuestión descuelle en varias de las facetas anteriores o en algunas otras por las que el lector en cuestión sienta una inclinación natural.

Sin embargo, en “Los Enamoramientos” de Javier Marías apenas he encontrado algo de lo anterior. Su trama es una débil estructura al servicio de una ristra de reflexiones reiterativas y bastante simples, a las que da la impresión de que el autor, omnipresente en esta novela, pretende dotar de cierta enjundia a fuerza de darles vueltas. Uno, ya sea por gusto por la literatura o por no sentirse estafado y perdiendo el tiempo, se esfuerza en buscarles profundidad, nuevos matices, pero acaba confirmando la sospecha inicial de que tan elementales y evidentes ideas tienen una naturaleza próxima a la perogrullada. 

Pero quizá peor que lo anterior, que tendría un pase si no fuera por la pesadez que conlleva la reiteración, el estiramiento de unas pocas ideas sin que nada de valor se añada, sea que el conjunto de la historia narrada parecía llegarme en todo momento de forma borrosa, como velada por la impostación o la artificiosidad. Eso anula la suspensión de la incredulidad y hace imposible sumergirse a conciencia en una obra de ficción. 

Los personajes no han logrado adquirir la calidad de personas enteras, genuinas y verosímiles. En alguna fase sí quizás la narradora-personaje, María Dolz, empleada multifunción y todoterreno de una editorial. Pero con una frecuencia difícil de sobrellevar, más aún por lo transparente del mecanismo, su voz se apagaba y era suplantada en su integridad por la del autor, Javier Marías. El resto de personajes tienen un marcado aire de caricaturas y cuyo pensamiento y habla resultan literarios, en el peor de los sentidos de este adjetivo. Hay fragmentos extensos en que los personajes hablan como quien da una conferencia o lee un informe médico. Impostura y afectación sobre una atmósfera de una frialdad extrema. Sí, hay algún que otro enamoramiento, pero si no fuera por el título y por alguna que otra afirmación expresa de los supuestos sentimientos de los personajes, ni nos enteraríamos de que albergan ese sentimiento.

Los hechos y situaciones referidos al mundo editorial, de pretendida intención cómica, resultan igualmente artificiales y sin gracia, entre lo infantil y la patochada. Imaginen al más soso de sus amigos o conocidos tratando, por un día, de ser el gracioso del grupo. De algo así les hablo. Por ejemplo, el escritor Garay Fontina, un personaje secundario, se siente como una mera excusa para añadirle un par de dedos de humor al cóctel novelístico, y es un caso de difícil superación en cuanto a deficiente creación de un personaje. Unívoco en su estupidez. Un imbécil monolítico. Llamativo por cuanto Marías, se supone, ha de conocer bien ese mundo, a diferencia de otros en los que se adentra tangencialmente en esta novela y en los que se le siente fuera de lugar, tocando muy de oídas, sin capacidad de convencernos sobre lo que nos cuenta (por ejemplo, sicarios del Este de Europa, chantajes o ajustes de cuentas entre empresarios y "gorrilas" semi-indigentes y perturbados mentales). 

Más estrambótica es aún la aparición del profesor Francisco Rico. Un auténtico pegote, trasunto literario del cameo cinematográfico, y con cuya supresión saldría ganando esta novela, aunque son tantos los elementos que la lastran, que en el fondo vendría a dar más o menos lo mismo. La mayor parte de los diálogos también debilita la novela por su escasa verosimilitud.

“Los enamoramientos” es una obra plana, bastante tediosa, y sin profundidad intelectual, a pesar de sus notorias pretensiones de revelación o esclarecimiento de una cierta "filosofía de la vida" o sabiduría existencial. Sin perjuicio de algún breve fragmento de mayor inspiración y más logrado ritmo narrativo, acción y personajes suelen parecer más bien una simple excusa para que el autor nos haga llegar sus reflexiones sobre diversas vicisitudes vitales, entre otrasel sentimiento amoroso y sus aledaños, la asimetría de muchas relaciones de pareja, la superposición de los nuevos amores sobre los anteriores; la presencia de los muertos en nuestras vidas, el proceso del duelo, y su  borrado o desaparición paulatinos; el carácter reemplazable y azaroso de aquello y aquellos que estimamos insustituibles y producto de una causalidad sólida, basada ilusoriamente en la concurrencia de cualidades especiales, cuando lo determinante viene a ser más bien el estar o no en el sitio y momento adecuados; el mayor poder de la fuerza del deseo y la constancia activa sobre cualquier otro factor para el logro de casi cualesquiera objetivos, incluidos los amorosos.

Nada que objetar a esa empresa. Antes al contrario, celebro a los novelistas que dotan de profundidad a sus ficciones, que no se conforman con procurar un puro entretenimiento, y que no escriben con un propósito deliberado de resultar ligeros. En la literatura lo intimista y cerebral puede ser tan atractivo o más que lo que se manifiesta externamente y genera acciones. Todo depende de cómo se haga. La trama, la historia no puede ser un guiñol en el que los personajes, pintados de forma bastante burda, resulten un vehículo para que el novelista nos dispense una ración, pantagruélica o XL además en este caso, de algo así como una cierta filosofía existencial. Menos aún si esa pretendida sabiduría de la vida - que se nos presenta como la suma de la experiencia vital directa, de tener algunas luces y la valentía de no jugar a engañarse con ridículas idealizaciones- es en su mayor parte bastante elemental y se articula mediante unas pocas ideas que se repiten y estiran para desesperación del lector.


Imagen: archivo.eluniversal.mx

Más irritante resulta cuando el autor se recrea en descubrirnos el error generalizado frente al que él, bajo el transparente vestido de la narradora-personaje, se alinea con cansina frecuencia en el bando escaso de los que ven más allá, de los "happy few" que poseen un cierto pesimismo, frío y clarividente, cabría llamarse, frente a la ceguera de los optimistas, los apasionados y los biempensantes, pero sin ir por supuesto tan lejos como para integrarse en el "lunatic fringe" (el fleco demencial, como por cierto tradujo su padre, Julián Marías, un hombre verdaderamente admirable por muchos motivos). No es que Javier Marías piense de un modo muy singular, radical o alejado de ideas extendidas, lo cual podría ser incluso una virtud novelística, sino que da por sentado que conoce, sin fisuras ni margen de error, cómo piensan la inmensa mayoría de sus más o menos "torpes" coetáneos. Si el rasgo encajase con la forma de ser del personaje-narrador, tal actitud sería plenamente admisible; pero es que María Dolz suena aún menos auténtica, menos todavía ella misma, justamente en esos pasajes de la novela. Marías mete incluso en esta narración, con calzador por mucho que la narradora pertenezca al mundo editorial, algunas referencias al monólogo de Hamlet – con cierta manía o deformación profesional de traductor, a "Los Tres Mosqueteros" de Alejandro Dumas, y una novela de Balzac, titulada "El Coronel Chabert".

En "Los Enamoramientos" hay una larga ristra de disquisiciones y elucubraciones, equidistante del monólogo interior, el relato oral para terceros y la narración escrita, introspecciones reales en el caso de la narradora e hipotéticas, a través de aquella, en el caso de otros personajes, aunque engarzadas en el transcurrir de los hechos con escaso éxito. Es un recurso narrativo que desespera por la desproporción entre la extensión y la sustancia, y que el estilo no consigue compensar. Marías trata de salvar la omnisciencia del narrador-personaje, María Dolz, mediante la interpolación de algún que otro elemento conjetural, pero también esas dudas parecen introducidas de cara a la galería, sin naturalidad, demasiado a conciencia. Además, los tiempos narrativos no se han tratado con acierto y ello se solventa en forma de algún que otro parche "ad hoc". Todo, pues, se diría al servicio de los mensajes del escritor a su público lector. Y, además, muchas aclaraciones superfluas, lindantes con el pleonasmos y ajenos a la narración en sí, con los que Marías parece querer paliar el limitado entendimiento de los lectores.

En cuanto al estilo, lo cierto es que no le he encontrado mérito o atractivo alguno. Es más, la sintaxis es bastante dudosa en varias decenas de frases a lo largo de las poco más de 350 páginas de la edición de bolsillo -la primera de Random House Mondadori, del año 2013, con bastantes páginas mal impresas, dicho sea de paso. El léxico es poco preciso y, en no pocos momentos, Marías parece hablar incluso un idiolecto. También la puntuación se permite licencias cuya eficacia no  se alcanza a ver, más allá de la de crearse así una cierta seña de identidad, como el que se pone reiteradamente un fular de colores llamativos en cualquier estación del año. 

Observando el doloroso parto mediante el que parecen alumbradas muchas frases de esta novela, no deja de impresionarme haberle oído a Javier Marías, en una conferencia en la Fundación Juan March en que le preguntaron sobre otros escritores de su generación, que se consideraba capaz de escribir novelas como las de Antonio Muñoz Molina. Pocas personas con un mínimo de sensibilidad literaria dudarían en destacar precisamente el sentido natural del idioma como una de las mayores virtudes del autor de "La Noche de los Tiempos" o "el Jinete Polaco", entre otras. A la vista de las formas y sonidos que uno y otro producen se diría que ambos no tocan el mismo instrumento, ni esculpen con la misma materia.


En resumen, lo que más he celebrado de esta novela es su moderado "metraje", ya que de haber sido más larga creo me hubiera rendido allá por las cien o ciento cincuenta páginas, cuando iba alcanzando la certeza de que este libro no había sido una buena elección. Llevaba más de un década sin leer ninguna novela de Javier Marías y, tanto por los años transcurridos en el oficio como por la buena acogida que tuvo “Los Enamoramientos”, me esperaba una obra de muy superior calidad. En su lectura, por lo floja que resulta desde un punto de vista de la pura destreza en la técnica de novelar, por repetitiva y tediosa, me ha asaltado muchas veces la idea de que si un autor primerizo enviara una novela así como manuscrito a diversas editoriales es probable que su publicación fuera rechazada o que recibiera una gran cantidad de recomendaciones de cambios, si de veras aspiraba a su publicación. 

En estado de estupefacción sigo pensando sobre esta frase que ahora releo en la contraportada “De Marías se aprende tanto porque nadie conoce al ser humano como él” (Ijoma Mangold, Die Zeit), por mucho que en las fajas promocionales, las contraportadas y las solapas tengan asiento habitual las hipérboles laudatorias. Coincido con la extrañeza de Isaac Rosa por el éxito de crítica y público de "Los Enamoramientos", y no dejo de suscribir algunas de las críticas que en el blog "la fiera literaria" se le han hecho a esta novela, sin perjuicio de que ese “colectivo” parece tener declarada una cruzada, ya duradera, contra el reconocimiento del que goza Javier Marías. 

Por más que los gustos literarios sean algo muy personal y el valor literario no sea fácil de objetivar, el vivo elogio de varios conocidos críticos a esta novela, más allá de posibles servidumbres y de parcialidad por diversos motivos, me causa perplejidad. Si he resumir la lectura de  ”Los Enamoramientos” lo que me viene a la cabeza es, ante todo, la idea de un tiempo que habría podido emplear fácilmente en mejores lecturas. Pero, bueno, cosas mucho peores se han visto, sobre todo en la televisión. 

jueves, 5 de noviembre de 2015

Karim Benzema, "Campeón de la Amistad"


"Quien tiene un amigo tiene un tesoro" (refrán popular)
Benzema, según ha informado AFP, ha reconocido a la policía su implicación en el chantaje sexual a Mathieu Valbuena, en el que el jugador del Olympique de Lyon —compañero del madridista en la selección de Francia— aparecería manteniendo relaciones sexuales con una mujer y por el que le habrían reclamado 150.000 euros para evitar su difusión.”
Benzema ha declarado que “se puso de acuerdo” con ese amigo de la infancia “sobre lo que debía decir”, para que Valbuena “negociase exclusivamente con él”, ha señalado esta fuente que indicó que el atacante quería hacer un favor a su amigo de la infancia sin pensar que iba a perjudicar al centrocampista del Lyon” (1)

Benzema, al que de pronto se le ha caído en todas partes el nombre, Karim, familiaridad excesiva con quien conviene empezar a marcar distancias, tiene un singular sentido de la amistad. La amistad es para él algo tan incondicional que pasa por encima de la ley y de la ética más elemental. En tan alta estima tiene Karim la amistad que si sus actos benefician a un amigo no es capaz de ver sus consecuencias inmediatas y previsibles para cualquier otro. Esto último siempre que tomemos por verdadero lo que más bien parece una excusa pueril, algo así como: "bueno, nunca  me imaginé que se lo fuese a tomar así de mal".  
Es la suya una forma de amistad tan intensa que lo ciega ante el riesgo o le hace desdeñarlo, impidiéndole todo cálculo de la proporción entre coste y beneficio, aceptando como verdadero que no hubiera acuerdo de participación en el reparto. Me refiero a algo más allá del "tío, cuando cobres la pasta, te invitas a una cena, ¿eh?". Eso no lo perdona nadie y una cena así es además una ocasión perfecta para celebrar la amistad. Una amistad que sería desmesurado calificar de admirable, por el daño causado a un tercero; pero que no deja de conmover. Benzema no duda en arriesgarlo todo (carrera, prestigio y hasta la libertad) por el bien de un amigo. Los 150 mil euros que se iba a levantar su amigo de la niñez en un principio lo eran. 

En el rito de los sacrificios en el altar de la amistad, el primer turno le ha correspondido naturalmente a la víctima del chantaje, Mathieu Valbuena, que ha visto su intimidad expuesta en los medios de comunicación y, por lo pronto, se ha quedado fuera de la convocatoria de la selección francesa para los dos próximos amistosos (contra Alemania e Ingalterra). La caudalosa amistad de Karim Benzema revienta los diques del respeto a la privacidad y al bolsillo del compañero de selección. Sin ir demasiado lejos en la cadena, puede arrasar también con la estabilidad de su pareja y su familia, que suponemos tiene, entre otros motivos porque parece un factor coadyuvante para este tipo de chantaje. La lealtad entre compañeros más o menos circunstanciales de vestuario sucumbe a la fuerza insuperable de unos lazos de amistad tan anteriores y entrañables como son los de la infancia. A Karim Benzema se le queda corta la perogrullada definitoria "amigo de sus amigos". Su caso requeriría, de confirmase los hechos y al parecer ya los ha admitido ante la justicia, un mayor énfasis: "muy, pero que muy amigo de sus amigos". 

Una amistad, la de Benzema con el supuesto extorsionador, que pese a ser tan grande no habría inspirado el acto generoso de rascarse el bolsillo, que se le presume bastante lleno. Igual habría bastado con una suma menor para ayudar a su amigo a salir del apuro. No obstante, en el que pague otro si hay una lógica secular y muy extendida. En ese particular no habría que sorprenderse por la conducta del fino delantero. Y tampoco en que la ambición se hubiese descontrolado. Ya que nos ponemos, pues le pedimos 150 mil euros. Quizás por una cantidad más moderada Mathieu Valbuena no habría pasado por este mal trago. Es una hipótesis. Como también que sea un hombre de principios, de fuerte carácter, o que le duela mucho aflojar. Todo son conjeturas. Lo siento. Por ahora no se sabe más. 

Tampoco se sabe si pueden mediar otras circunstancias que doten de mayor lógica al suceso o, al menos, que lo expliquen de forma que el comportamiento del delantero francés se ajuste un poco más a la conducta del hombre medio. Pudiera ser que cuanto se ha publicado sean mentiras puestas en circulación por los supuestos autores del delito para ocultar algo distinto y de mayor gravedad, que haya de antes una gran animadversión hacia Valbuena, o hasta un sentido exagerado y muy personal de la broma. También, podría ser, un caso de amor, de amor al dinero, si Benzema pretendía en realidad cobrarle royalties a su amigo, complementando sus ingresos como futbolista con este extra. 
Pero igual la cuestión es tan simple como que este chico no va bien de cabeza fuera del área. En la más eximente de las hipótesis estaríamos ante una ética muy personal, presidida por la amistad como valor absoluto, con su toque de obediencia ciega a los amigos. Algo así como un "pagafantas" dispuesto a quitarle el bocata en el recreo a otro alumno si se lo pide el jefe de la pandilla, aun cuando él no vaya a probar bocado, pero sí recibiría el castigo si el hecho llega a oídos de algún profesor.
Esta presunta deriva delictiva de Benzema choca por que en el campo no se le recuerda ninguna mala conducta. Más bien destacaría por su deportividad, sometido al test de bancada de la media de la profesión. Todo ello dentro del marco de una personalidad que, al menos en la faceta pública, presenta un grado notable de pasividad. Igual tanta que es cierto que sólo hizo de correveidile: “oye, que me han dicho que tienen un vídeo tuyo y que hables con ellos”, sin comerse la cabeza. Dicho y hecho. Al primer toque.
Karim, ahora sólo Benzema, no parecía mal chico y además se puede dar por hecho, con escasísimo margen de error, que está forrado. Por ello, el suceso tiene todas la trazas de noticia de diario fantasioso que no ha dado con la tecla del humor, o bien las de una inocentada periodística de en un 28 de diciembre que se ha ido de madre. Es de esas noticias que obliga a volver más arriba en la búsqueda de algún dato que se nos tiene que haber pasado por alto y de paso ganar tiempo para vencer la incredulidad que provoca. 
No sólo la política se confunde con la sección de tribunales. Últimamente, aunque sobre todo había afectado al Barça, las noticias del mundo del fútbol no paran de ofrecernos imágenes de entradas y salidas de los juzgados. También merecería una mención de honor la FIFA. Y la UEFA...
(1) Diario El País, edición digital del 5 de noviembre de 2015.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Un otoño como otro cualquiera (o no...)

Sobre el cambio de estación, el final del verano, el comienzo del otoño, las melancolías, propósitos y otras vicisitudes existenciales habituales por estas fechas y -¡pido perdón!- un poco, muy poco, sobre la Diada y el movimiento independentista de Cataluña



Hay estos días, como cada año, una pugna entre el otoño y el verano por hacerse con el control del tiempo. El verano se resiste de dejar el escenario y cuando parecía que su función había terminado, reaparece en todo su esplendor, con un sol radiante como un foco cenital. El otoño, a su vez, hace una aparición en la escena, despliega ante los espectadores sus encantos de temperaturas templadas, brisa, ramas que se mecen, hojas caídas, alguna lluvia que limpia el aire y hace olorosa la tierra, aunque no tanto como las poderosas tormentas del verano y cuando parecía que había tomado el control absoluto de la función es expulsado súbitamente detrás de las bambalinas por el verano.


Hace apenas quince días el verano y, sobre todo, el sol parecían eternos. Apenas el acortarse de los días, alguna tregua de insolación otorgada por un toldo de nubes, y el alivio del frescor de las noches deshacían tal espejismo de eternidad. Cada año es lo mismo. Y cada año se produce la misma sensación de largueza, de duración, de infinito. Un sol que abrasa y deslumbra, inclemente, que no se aplaca, capaz de iluminar y calentar por siempre jamás. Pero apenas asoma su patita el otoño por debajo de la puerta, como el lobo del cuento empeñado en comerse a los tres cerditos, nos sentimos tentados a guardar las prendas ligeras, la manga y el pantalón cortos, a despedir el descuido del atuendo veraniego, la comodidad del vestirse rápidamente con  muy pocas pocas prendas, y a sacar del armario ropa de más abrigo, mangas y pantalones largos, chaquetas o cazadoras ligeras, y entregarnos a la melancolía del paso del tiempo. Otro verano que se fue, con sus realizaciones y sus frustraciones, con proyectos, los más, que no se cumplieron y otros, quizá tan sólo unos pocos, que sí lo hicieron. 

Una melancolía cíclica, recurrente, común y algo estereotipada, pero no por ello menos verdadera, con resonancias de "el Final del Verano" del Duo Dinámico or "The Boys of Summer" de Don Henley. Y es que el que se vuelve de la playa la añora, pero el que se queda, también se siente solo y tristón ("Nobody on the road, nobody on the beach; I feel it in the air: Summer´s out of reach" :(( ). 

Con el final del verano llega el tiempo de los propósitos, como semillas germinadas por el efecto de la luz y el calor, la resolución de hacerles un hueco al ocio y la diversión en la rutina diaria, de no dejarse fagocitar por el trabajo, el deber y la obligación, de que todo ello no nos chupe hasta la última gota de energía, de no sucumbir al sedentarismo y hacer más ejercicio o deporte, de cuidar más la alimentación, de leer y saber más, y hasta de dejar de fumar, los que aún lo hacen, aunque esto último, creo yo, es más habitual justo después de sonar la docena de campanadas y engullir la de uvas. Los quioscos y tiendas de prensa se convierten en bazares donde toda variante del coleccionismo puede ser satisfecha. Los niños vuelven al colegio, las editoriales de libros de texto esquilman los bolsillos de los padres, rematando el gasto de las vacaciones, además de que siempre hay algún libro difícil de conseguir, para preocupación exagerada de los padres e indiferencia completa de los hijos. 

Pero no todo es igual. Muchos niños de hoy no sienten emoción ante los libros y el material escolar nuevos. No se entregan a la ilusión de imaginar un curso cargado del placer del aprendizaje, de la lectura, de la escritura. Se les ve más bien como imagina uno al trabajador de una fábrica que abre su taquilla en septiembre y encuentra el uniforme de siempre, gozosamente olvidado durante unas semanas de vacaciones, y jodido por el madrugón. Oír a un niño de 12 años decir “llegó el puto día” es bastante descorazonador, aunque por suerte regresó del colegio mucho más contento, aunque tratara incluso de disimularlo un poco, por el reencuentro con sus compañeros y quizás más aún con sus compañeras, a buena parte de los cuales llevaba cerca de tres meses sin ver. Y dan ganas te dan de decirle: "hijo, ya sé cuando estás con tus amigos no paráis todos de tacos; pero, coño, al menos en casa no lo hagas".

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Estaciones, ciclos, circularidad, déjàs vus, pero que esconden cambios importantes y hasta trascendentales. El niño que empieza a ir a la guardería; el que la deja la guardería y empieza a ir al colegio, el adolescente que empieza el instituto o el chico o chica que empiezan la universidad; la pareja que ha alcanzado la certeza de que no se soportan o que la frialdad los ha invadido y que es inaplazable la separación o, al revés, a la que el verano les ha traído un gusto por la compañía mutua y una pasión que creían idas para siempre, y que han borrado cualquier duda de continuidad (aunque las estadísticas dicen que las vacaciones de verano están más cargadas de energía centrífuga que centrípeta). Y las más, las que siguen en el más de lo mismo, ya sea convencidos de su felicidad, siempre relativa y con altibajos, o simplemente escépticos de que pueda darse algo verdaderamente distinto en sus vidas. 

El 11-S va quedando enterrado en el olvido, al menos por estas latitudes, y la Diada se hace más presente que nunca. Cierto que es una melodía muchas veces escuchada, cansina; pero se intuye que puede inaugurarse una nueva etapa. Ahora bien, digan lo que digan las urnas, seguirán los tiras y aflojas, los cientos de páginas de prensa diaria sobre el tema, horas de radio y televisión las declaraciones de los políticos, sus reproches, afrentas, amenazas, poses y bravuconadas. El tema catalán del que muchos ciudadanos se confiesan hastiados. Unos pintan el paraíso de la independencia. Otros, el infierno. Y en un mundo desarrollado donde parece que las emociones políticas, que las grandes causas colectivas no ilusionan, que todo se rige por el pragmatismo y la frialdad, con lo material como centro, uno se sorprende por el ardor del nacionalismo en un mundo que las más de las veces parece poblado por tibios o hasta gélidos, por descreídos totales de la política, y donde todo hecho colectivo suele tener un tono festivo y ocurrir en un nivel epidérmico. Curioso. Lo que me apena es constatar que un gran motor de todo ese inusual apasionamiento por una causa política son las fantasmagorías del supuesto menosprecio y hasta cierto odio que nos profesan los otros y a los que, por tanto, hemos de pagar con la misma moneda, de la persecución y la opresión sostenidas secularmente, y la creencia naïve y mítica en una Arcadia feliz, en la cual todo será distinto y, por supuesto, mejor.
Imagen (Rtve.es)
En fin, que uno piensa que la pasión podría encontrar cauces mucho más gratificantes y positivos tanto individual como colectivamente; pero así son las cosas. Es posible que, como decía, mejor dicho, dibujaba el Roto recientemente: el lobo habite entre la espesura del bosque de banderas. Me gusta la palabra bandera en francés, drapeau, ya que suena como trapo. No es que aspire a limpiar la suciedad con la mía, ni tampoco con la ajena; pero menos aún a venerar ninguna bandera, a creer que una bandera, la que fuere, encierra grandes valores, esencias, el alma de un pueblo, y que deben ser esgrimidas ante el enemigo exterior, al que hay que forzar a respetarla. Pero, bueno, puede ser que estas brisas otoñales, que nos pillan con el cuerpo muy hecho ya al calor, me hagan sentir un frío desproporcionado, y asistir a estos acontecimientos con la extrañeza de quien contempla calmado a una rara y agitada especie.      



miércoles, 24 de junio de 2015

Delirio encadenado contra las cadenas. [Escritura (semi)automática]

Reflexiones de una tarde triste o de un triste por la tarde. Lo efímero de la vida, el deterioro del cuerpo, el ineroxable camino hacia la tumba o las cenizas, la barrera entre vivos y muertos, la presencia en nuestras vidas de los seres queridos que ya se fueron y otras zarandajas, todo ello "amenizado" con algo de fondo musical. 

Nota del autor.- Si buscan 'claves' sobre la inmortalidad del alma o trucos, consejos o 'tips' para mantenerse en forma y envejecer más despacio, vayan mejor a otros sitios. Se me olvidaba, tampoco hay aquí apariciones o presencias de seres de ultratumba. Eso es también en otra ventanilla.

Fotografía: Chema Madoz
 Delirio encadenado contra las cadenas

[escritura (semi)automática]

En la tarde gris y sin sentido, de horas muertas, de extrañeza y soledad, tarde de libro de horas del medievo, suena una música triste y melodiosa en el altavoz. Notas de piano que compuso un viejo sordo alemán cuyo apellido fue convertido en perro lanudo, por obra y desgracia de la idiocia colectiva, propagada  desde Hollywood y replicada  universalmente en millones de pantallas, grandes y pequeñas, como las bocas, como las narices, como las orejas, como las pollas y las tetas. Un perro paseado por un niño que simbolizaba belleza e inocencia, simpatía, desparpajo y travesura. Un niño que acabó mendigando por las calles, drogadicto o lo que fuese. Mal, muy mal, hecho una piltrafa, una mierda, vamos. Cantidades inmensas de dinero que los hicieron a él y a su familia inmensamente infelices. Pero seguimos comprando o pirateando las películas bobas, los objetos innecesarios que nos atosigan en nuestras casas, viendo incluso, como absortos o abducidos, los inverosímiles anuncios de la teletienda, considerando con un puntillo de seriedad la sucesión de productos a caballo entre el esperpanto y el milagro, inútiles y prescindibles por antonomasia, como casi todo lo que compramos, lo que deseamos y por lo que trabajamos. 

Moonlight Sonata, dice Spotify. Sospechoso nombre, digo yo. Un título como tomado de un CD de gasolinera, "lo mejor de la música clásica", piezas recortadas incluso, reducidas a los fragmentos más conocidos, adaptadas a la impaciencia y simpleza del hombre común, un CD para melómanos de pacotilla, casi para paletos musicales, para tipos como yo. O para viajeros tristes, solitarios y melancólicos. Como yo, también. Ahora Para Elisa. Trillada, manida, ajada de tanta repetición, pero bella, indiscutiblemente.

Al fondo la calle cruza una mujer, un cuerpo. Veo un esqueleto. Un esqueleto desgarbado. La veo caminar hacia la tumba y justo detrás de ella pasa el autobús del aeropuerto. Unos que cogen el camino que tomaré yo el viernes, otro viernes, por enésima vez. ¿Cuántas veces van ya? ¿Cien, ciento cincuenta? El incesante trasiego humano, el tráfago de la gran urbe, la versión moderna de las viejas visitas a la corte para la procura de favores, de un cargo, de la solución a una disputa, de una ley favorable a los intereses de cada cual, luchas y manejos del poder. Trafagar por tierra, mar y aire. A pata, sobre dos ruedas, sobre cuatro, sobre las ocho o dieciséis, incluso, de ese autobús articulado, doble en una sola planta. Los ingleses, también en eso, van por libre. Con sus coloridos “double- decker bus”, por el carril de la izquierda y el conductor a la derecha. Cuánta actividad inútil. Cuánto afán sin provecho verdadero. Cuánta ansiedad, cuánta angustia, cuánta frustración, cuánta exigencia e injusticia para nada.


La Danza de los Muertos, ritual de Jueves Santo, Verges (Gerona) 
(
Luis Gene/AFP)

El esqueleto cruza al fondo, donde la librería italiana, el de la mujer de unos treinta años, más bien alta, desgarbada, vencida hacia delante, eterna adolescente que no domina su cuerpo recién aumentado. Un esqueleto recubierto de una falda negra más bien corta, de unas medias de nylon, algo densas e igualmente negras y de una cazadora de cuero entallada, grana oscuro, como ennegrecida a brochazos de betún, manchas diluidas y difuminadas por el tiempo. Colores apagados que aquí proliferan, acordados con la grisura del cielo, ese cielo que en España será hoy claro y al que se alzarán esta noche las llamas hipnóticas y caprichosas de las hogueras de la nit de Sant Joan.

 Hogueras de muebles y trastos viejos que ardían en medio de las calles de Barcelona o de cualquier otro lugar del Mediterráneo, crepitación, pavesas, calor en la cara como de repentina insolación, llamas que imantan al que las contempla y cambian sin parar de forma y color. Hogueras que mi memoria infantil grabó por siempre como enormes, fastuosas, un hilo que tira hacia lo ancestral, aunque entonces yo no lo supiera; pero lo sentí en esos ojos con cámara de vídeo incorporada que todo niño lleva consigo, y a los que no renuncio por más que la vida se empeñe en que lo haga. Un rito simbólico de purificación, de comienzo, una pira que nos hace libres, como el verano, como salir de las cuatro paredes y abrirnos al anchuroso mundo, al horizonte infinito del mar, ser mecidos, incluso desde la orilla, por el eterno vaivén del oleaje, detenidos en el tiempo por el arrullo del mar, sentir en la piel la caricia de su brisa. 

Despojarnos de la ropa, vestir ligero, sin lastre, sin equipaje, sin ataduras, soltar amarras, no llevar horarios, liberados de la profunda inutilidad de lo útil y entregados a la radical utilidad de lo inútil, del porque sí, porque me apetece, porque me da la gana. Al fin libres para la inclinación personal, para la apetencia del momento, para "il dolce far niente", para "la vie en rose". O para la pugna por un sitio en una playa atestada y la cola en el buffet libre, la felicidad de establo del crucero y del resort a pensión completa. Catatonia de hamaca soleada. El cuerpo de otra, de la de otro, que tienta. Remojo de hipopótamo en charca. Cebado porcino. El cuerpo de la de uno que también lo hace. Hacer el amor, echar un polvo o hasta follar de verdad en la sobremesa, con un vigor y una pasión tan olvidados que sorprenden. Y siesta reparadora, con ronquidos. Cena lenta, conversación en la noche que retrotrae a estadios anteriores del amor. Mirada lenta, sostenida, concentrada en el otro, que redescubre encantos. El alcohol, que todo lo perfecciona, y enciende la llama. Combustible para la antorcha. Disputas y hasta broncas de pareja que convive a tiempo completo. Cada cual con sus agravios, sus reproches, sus manías, queriendo que el otro sea distinto, se comporte de otra manera, que sea plastilina amoldada a nuestros deseos. Querellas de niños nerviosos o aburridos fuera de su entorno habitual. Adolescentes insatisfechos que cambian de ubicación su rebeldía. Érase un chico o una chica a una pantalla pegado. Todos como sin saber qué hacer ante un tiempo del que somos extrañamanete dueños. Concreciones que nunca estarán a la altura de los proyectos, unos proyectos con algo de onírico e hiperbólico. Libros que regresan sin haber sido abiertos, como tomados de la estantería a dar un paseo, a recorrer mundo. Otro más de la familia. Expectativas imposibles de cumplirse. Vacaciones que alojan la esperanza de una felicidad que niega el día a día. Procrastinación perenne del disfrute. Vacaciones que jamás podrán satisfacer unas expectativas tan difusas como desmedidas. Hacerse trampas jugando al solitario de la vida.  

Esa chica, esa mujer, la peatona de la esquina, se transmutaba en esqueleto en los pocos metros del paso de peatones, antaño, en tiempos de la hoguera más arriba, llamado de cebra, y poco después se convertía en polvo.  


Hogueras en la nit de Sant Joan (Barcelona)
Fotografía: Pere Nubiola
Polvo rápido y menudo de la incineración o polvo lento y fatigoso que se forma por descomposición bajo tierra en una caja de madera, a la par que esta se desintegra y todo ello, hecho ya una masa informe e indistinguible, se funde con la tierra de alrededor, hasta que quizá alguna excavadora algún día lo arranque todo de cuajo, a dentelladas,  porque los vivos necesitan todo el espacio y hay que acabar con esa vieja y bárbara costumbre del pasado de sembrar la tierra con simiente de muertos, de llenar el subsuelo de bacterias y gusanos. Y más aún con lo demencial de ocupar valiosas hectáreas de terreno edificable para alojar cadáveres. Muertos a los que se visitaba el 1 del mes 11, antes llamado noviembre, en tiempos de la cultura de la palabra, día entonces llamado de Todos los Santos. En una era previa al 24/7 y 365/365 en que la gente trabajaba o descansaba toda a la vez, y se desplazaba masivamente a diario a su lugar de trabajo y los fines de semana se iba o llegaba en masa a las metrópolis, provocando atascos interminables de coches. Un coche cada persona, pareja o familia. Artefactos contaminantes y diabólicos, causantes de millones de muertes y de lesiones graves que convertían a mucha gente en personas con defectos graves, en ciudadanos escasamente productivos y muy costosos para la Colectividad. Además de hacerlos profundamente infelices a ellos y sus familias. Aquellos tiempos atroces en que “el sacrificio individual por el interés  general” tan sólo se aplicaba a algunos animales. Ni eugenesia había. Tiempos salvajes, primitivos, bárbaros, escasamente programados, dejados al albur de la lotería genética.

La chica de más arriba, la que cruza la calle, era ya polvo. Quizás enamorado, mas polvo. De un polvo venimos, todos menos Jesús, el Cristo, nacido por obra y gracia del Espíritu Santo, de Santa María siempre Virgen. Y al polvo vamos. Y entre medias, dichosos, alguno que otro echamos. Pero no todo va ser follar, como dice Javier Krahe. “Ya follé el año pasado a la orillita del mar con una mujer sin par”.

Papá, ¿dónde estás? ¿Ya no existes? ¿Esas cenizas con las que no sabemos qué hacer es en lo que te has convertido? Hay que reconocer que fuiste original en vida y ahora eres un muerto tan original, que no sabemos qué hacer con él. Hay que ver cómo es la vida. Nunca fuiste fumador, ni entendías el vicio, aunque alguna foto hay por ahí de algún fin de fiesta en que se te veía con algún cigarro en la boca o varios a la vez, incluso. Y ahora eres tanta ceniza que llenarías los ceniceros de cien  bares. Perdón, que ya no se fuma en los bares. Pongamos trescientos ceniceros donde quiera que estén. ¿Tan grande es la división entre los que figuramos en el censo y los que habéis causado baja? Una vez que Hacienda nos olvida, ¿de veras que no somos nada? 

Y hablo contigo. No como los locos. No escucho tu voz. No te hablo de palabra, sólo de pensamiento, como los pecados más placenteros. Eres idea como las hazañas mayores, como los éxitos más absolutos, como las cópulas salvajes con bellas desconocidas. Eres libre, ubicuo, ilimitado, fuera del espacio y del tiempo, idea pura, leve como un verso de Rubén, incorpóreo como una jugada de ajedrez que de pronto viene a tu cabeza, repentino como un chispazo del intelecto en la ducha o una broma en la conversación. Una idea apresada que necesita un vano para aflorar, un gas encapsulado que se expande y encuentra un resquicio por el que aflorar, una presencia inesperada que hace compañía, un afecto que nada puede borrar. En la distancia y en la soledad vivos y muertos queridos son, sois, iguales. Sois idea y recuerdo. El mismo esfuerzo cuesta imaginar vuestros rostros, vuestras voces, vuestros cuerpos.

La ciencia lo niega. La religión lo proclama. Las dos mienten o se equivocan. Cada una a su manera. Intransigentes, engreídas, en su dogma y en su prueba. ¿Quién es más real, quién está más vivo, Don Quijote o yo? Don Quijote habita la mente de millones de personas por el mundo entero, por los siglos de los siglos. También en mí. ¿Quién ha pensado en mí a lo largo de hoy? ¿Y en Alonso Quijano?¿Cuántos conocen mi nombre? ¿Quiénes piensan en mí al ver un paisaje, al encontrarse con un señor con determinado aspecto o con un comportamiento hecho de nobleza, generosidad, obstinación, irrealidad y  desmesura? ¿Cuántos en Don Quijote? No puede haber, no hay, una barrera tan grande, entre vivos y muertos. No es más real lo tangible que lo intangible. Lo manifiesto, que lo oculto. Lo expreso, que lo implícito. Lo dice hasta el Código Civil al regular el contenido de los contratos, los cuales obligan a más que lo expresamente pactado. No es menos lo inventado que la noticia. No es más poderoso lo que ocurre, que lo imaginado. No es más verdadera la realidad que la ficción, una persona que un personaje. Somos una caja de pensamientos, sueños e ideas con dos patas.

Y por eso pienso en ti, te siento. Estás ahí, atento a mi devenir, orgulloso de algunas acciones, crítico en tu interior de otras, comprensivo siempre. Contemplado risueño el juego de la vida, un juego que amabas, como el ajedrez, y para el que también demostraste un gran talento, acrecentando partida tras partida, queriendo ganar, pero sin emparejar tu felicidad al resultado, sabiendo que en el mero jugar está el secreto. Ni rendirse, ni querer atravesar paredes. Has aflorado en un día tan asocial como el que hoy he tenido, tan solitario y aislado, ensimismado y reflexivo, a fases compulsivo, de debilidad y grandeza, de esfuerzo y abandono, de inspiración y atasco, de luz y confusión, de fe y desesperanza, una proteica fecha en blanco en la agenda que se mofa de la productividad de sus atareados pares.

Solo de lo negado canta el hombre, solo de lo  perdido, solo de la añoranza, siempre de lo mismo. Y sí, como la siguiente de Amancio Prada, en la lista hecha por la máquina y hace bien, como antes las hacían las discográficas por nosotros, yo me dejo hacer -hoy no quiero luchas, me sobran, me fatigan, me hastían las minucias y pormenores, querellas y mezquindades del día a día-,  juraría que he sido feliz, juraría también que tú  has sido feliz, que lo fuimos juntos y juraría hasta que seguimos siéndolo.


Post data in extenso

Dedicado a una monitora, una "coach", de la Franklin Covey Corporation, que con la mejor de las intenciones quiso ganarme para la causa de los altamente efectivos. Quiso enseñarme (sic) también a no tener pensamientos negativos, a no dejarme arrastrar por la tristeza, la melancolía y la desesperanza. A ser ordenado y seguir siempre un plan. A no oponerme nunca de frente. A tomar a la gente por tonta: “Me parece una gran idea esto que propones y demuestra un gran trabajo por tu parte, que merece todo mi reconocimiento. Seguro que tú  también has pensado en esta otra posibilidad… (justo la contraria)”.

Fracasó en su intento. Como le dije a ella: "pero es que yo no quiero renunciar a nada de eso". Vivir es pasar por todo eso y por lo contrario, claro. Hieles y mieles. Victorias y fracasos. Ilusiones y desengaños. Enfadar a los demás y que nos enfaden. La gama de las emociones humanas, toda,  el cuadro de la vida se pinta con todos los colores, la oscuridad de Murillo y la explosión de color de Van Gogh, la Séptima de Beethoven y el Réquiem de Mozart, Hillary coronando el Everest y el Capitán Scott muerto de congelación y de fracaso en el Polo Sur. No puedo, ni quiero pasarlo todo por un tamiz, un filtro utilitarista, todo orientado al logro de metas concretas. Una felicidad de bajo vuelo, de miras cortas, metódica y bobalicona. Quiero ser espontáneo y singular. Tener, si acaso, unas pocas recetas propias e improvisar. Prefiero estrellarme o fracasar, pero quiero volar alto, libre, sin pautas, sin técnicas aprendidas, sin un plan de vuelo o, en el peor de los casos, conservar esas aspiraciones, vivir en el engaño de las ilusiones difusas, seguir enganchado a la droga de un futuro distinto y sorprendente.

Pero de su pequeño fracaso, surgió un beneficio. Una convicción acrecentada en ello. Un rechazo mayor a toda manipulación utilitarista, a toda amputación, a toda forma de vida ajustada a un plan. Un gusto mayor por lo inútil. Una querencia mayor por malgastar el tiempo. En realidad a medir su utilidad por el puro placer. A ser espontáneo y decir cosas que molestan y me perjudican. A ser desordenado e improvisar. A valorar en su justa medida la pereza y el abandono. A ser, digamos, pródigo y como el hijo pródigo de la parábola hoy he vuelto al padre y espero me perdone, mejor dicho me comprenda, por haber malgastado por entero cualesquiera talentos que pudiera haber recibido, por haber derrochado, de forma absoluta y gozosamente desordenada, cantidades ingentes de tiempo y energías.

Para mí me guardé algún motivo de oposición más profundo, por no ser gratuitamente ofensivo con alguien que, además, se estaba ganado la vida y era agradable. Casi, casi, estaba buena o tenía, el manos, cierto encanto o atractivo, a pesar de que tuviera sus años y, sobre todo, arrostrara cierto desgaste, pinta de haber sido algo maltratada por la vida en el pasado. Igual por eso la conversión. Alguna referencia personal hubo, a una especie de vida nueva, con chalet en la periferia, marido afectuoso y cumplidor en su trabajo, y algún hijo.

Tantos años de colegio de curas, tantas misas, tantas veces las mismas ideas repetidas, verdaderas obsesiones, torrentes de prohibiciones y mandatos, de negar los instintos, de culpabilizar lo que es natural y a nadie daña, tanto señalarnos el buen camino, y no consiguieron que lo tomara, salvo cuando me dio la gana de andar por él, ¿y ahora me va a convencer Stephen Covey de cómo debo vivir? 

La vida es un jaleo, un lío, un problema, un misterio, algo que se va haciendo sobre la marcha, un navegar por aguas confusas, fondos marinos oscuros en los que no se sabe lo que pueda haber, a ratos por aguas plácidas y cristalinas, vientos cambiantes, que hacen volar o impiden avanzar, fases de rumbo definido y otras de desorientación total, un épico y siempre fracasado intento de aclararse en medio de la incertidumbre y también un abandonarse al azar, a la buena ventura, aceptar el riesgo y la imposibilidad de preverlo todo, aun queriendo, objetivo muy cuestionable, por lo demás. Una sucesión de puertos inesperados. De la existencia de un Dios mucho más grande trataron de convencerme para que creyera en él y soy ateo. ¿Cómo voy a creer en diosecillos? ¿Cómo voy a adorar al fundador de su empresa?¿Cómo voy confiar en que una guía, un manual, encierran el sentido de la felicidad? ¿Cómo voy a creerme que alguien ha dado, al fin, con "la solución", ha desveleado el misterio, resuelto el acertijo, despejado la incógnita, que se acabó el enigma?     

(Extracto de la parábola del hijo pródigo)

“ Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo”