domingo, 20 de diciembre de 2015

"No será la Tierra" (una novela de Jorge Volpi). Reseña

Portada de la primera edición en España (© Corbis)
Crítica de la novela "No Será la Tierra", del escritor mexicano Jorge Volpi, tercera de su trilogía sobre la historia del Siglo XX, publicada en septiembre de 2006 por la editorial Alfaguara.

Iniciada con el preludio “Ruinas” (1986) y dividida en tres actos −Tiempo de Guerra (1929-1985), Mutaciones (1985-1991) y la Esencia de lo Humano (1991-2000)−, «No Será la Tierra» es una novela singular y atrevida. Jorge Volpi (Ciudad de México 1968) concluyó con ella su trilogía dedicada al Siglo XX, cuyas dos primeras entregas fueron En busca de Klingsor (Seix Barral, 1999) y El fin de la locura (Seix Barral, 2003)Diez años de una vida nada menos – los que van, aproximadamente, de la mitad de la veintena a la de la treintena- que Volpi se ha pasado, en palabras del propio autor, “fabulando sobre ese período”.

La extensión espacial y temporal de “No Será la Tierra” es inmensa. Los EE.UU. de América, como escenario principal de la vida de dos de las tres mujeres que vertebran la historia (Jeniffer Moore, funcionaria del FMI y la informática húngara Éva Halász). La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas −la temida, denostada, y hasta admirada URSS, unas siglas que dicen ya muy poco a los más jóvenes− donde la bióloga soviética Irina Granina, esposa de un científico que elabora armas biológicas y es encarcelado por su disidencia política, asiste al derrumbe del régimen comunista. También aparecen en sus páginas algunas ciudades y países europeos, de uno y otro lado del telón de acero (Berlín, Londres, Budapest), e incluso África (República del Congo, por entonces rebautizada el Zaire, cortijo de Mobutu y su clan) y América Latina (México), a propósito de sendas misiones del FMI en cuya ejecución pugna por salir exitosa la enérgica Jennifer Moore, un personaje muy bien definido y cuya evolución resuelve su creador con maestría, aunque su personalidad carezca de la singularidad o excentricidad de varios otros (como su hermana Allison o la genio matemático-informático Éva Halász). 

Pero, aparte de los tres personajes femeninos a los que Volpi eligió como protagonistas principales de la trama que le sirve para diseccionar los 15 ó 20 años finales de la Unión Soviética, con alguna excursión al tiempo anterior que los prefiguró, y del desplome del comunismo en sus países satélites, por esta novela discurren las vidas, de forma más o menos fragmentaria o extensa, de muchos otros, hasta 120, incluido el narrador. Este tarda en ser desvelado y no aniquilaremos el factor sorpresa aquí (descúbralo, pues, el lector). Dada la numerosa nómina de dramatis personae, el texto de la novela va seguido de una guía para que los lectores no se pierdan -con la dificultad añadida de lo extraños que resultan sus nombres para los hispanohablantes-  en forma de lista de personajes, agrupados por epígrafes temáticos o geográficos.


Foto del autor, Jorge Volpi (diariolatercera.com)
Además de las citadas tres mujeres hasta cierto punto excepcionales que protagonizan la novela −una elección de sexo con la que Volpi ha emparejado su novela con la revolución que el pasado siglo supuso en cuanto al papel de la mujer en muchas de las sociedades del planeta−, en ella aparecen un buen número de personajes históricos como Stalin, Mihail Gorbachov, Boris Yeltsin, Alexander Sholtzenitzin (autor de “Archipiélago Gulag” – testimonio esencial del horror soviético de los campos de prisioneros políticos), Ronald Reagan o George Bush I,  entremezclados los grandes hechos de la historia política, con especial énfasis en el desplome del gran imperio comunista y la decepcionante evolución posterior de la nueva Rusia. Hay espacio, asimismo, para algunas incursiones y reflexiones sobre la guerra (caliente, fría o de las galaxias - el blindaje antimisiles de Reagan), la carrera científica y la lucha por el dinero de los inversores bursátiles de Wall Street en torno al proyecto de genoma humano, la inteligencia artificial, el progreso de la informática, el capitalismo y las decisiones sobre las instituciones económicas internacionales adoptadas tras la Segunda Guerra Mundial (FMI y Banco Mundial) o el pensamiento de grandes economistas (Keynes y Galbraith). Un menú extraordinariamente proteico.

"Muñecos rusos"
(imagen: z8.invisionfree.com)

Por todas partes, la codicia, la lucha despiadada de unos seres humanos contra otros, el afán de ser más, de imponerse, de ganar, de vencer, de someter, de poseer, unos propósitos a los que todo lo demás, de manera más cruda o aderezada, con descaro o con coartada, va supeditándose. Una maldición genética que veda a la especie el sosiego con lo conseguido, que la empuja a desear sin descanso más o distinto. E igualmente ubicua, hasta entre los modernos misioneros de las oenegés y los primeros iluminados del ecologismo, la imposibilidad de la comprensión mutua y la armonía. No es rara la paradoja del desprecio profundo que el filántropo siente por el beneficiario de su abnegación y sacrificio y, más aún, por los otros filántropos, que no saben lo que se hacen porque nada han entendido. En el "ranking" de odios e incomprensiones la modesta diferencia con el vecino sitúa a éste muy por delante del común y lejano enemigo. En el ambiente, creencias, ideologías, grandes postulados, en declive o progresando, sueños individuales o colectivos a los que todos, de alguna u otra manera, se aferran, nos aferramos, y que se acaban revelando como mitos o mentiras, explicaciones insuficientes, edenes que nunca llegan (la mano invisible, el Estado que todo lo planifica y controla, la igualdad, la competencia, la ciencia, el mercado, etc.). Entre tanto, pasa la vida, de las personas, de las familias, de las ciudades, de las naciones, de las ideologías, de los sistemas económicos, de los regímenes políticos, de los descubrimientos científicos, de los logros tecnológicos, quedan las huellas, las heridas, los daños directos y colaterales de guerras, expolios y revoluciones, víctimas y triunfadores (incluso ambas cosas a un tiempo), y nada, absolutamente nada, resulta tal y como se esperaba.

Una de las críticas que ha recibido esta novela es la del consabido refrán con que el vulgo cruel, supuestamente sabio en su modesto realismo descreído, escarnece el exceso de ambición, esto es, que “quien mucho abarca poco aprieta”. Es cierto que la extensión temporal y geográfica, los muy diversas temas de fondo que se hilvanan a través de los personajes (tanto o más que viceversa) y la abundancia de secundarios que no lo son tanto obliga a Volpi a pasar así como a la carrera, despachándoselas de dos brochazos, por un gran número de escenas o situaciones, a pesar del relativamente largo metraje de la novela (516 páginas). La aceleración propia del pasar de puntillas, junto con la proliferación de hechos y personajes históricos, provoca que la novela adquiera a ratos un aire de enciclopedia novelada. Asimismo, ha de forzar bastante los acontecimientos y las casualidades para que los destinos individuales y los colectivos -intrahistoria e Historia- se enlacen mediante el contacto entre personajes novelescos e históricos, y ello además en un juego que tiene escala planetaria. Asimismo la elección del narrador tiene cierto tufo cinematográfico o folletinesco. La misma trama contada con una prosa ramplona, sin el aderezo de las reflexiones de calado o rebajadas en su profundidad y efecto frenada mediante los consabidos diálogos teatrales, tendría un inequívoco aire de serie de televisión -la forma estrella de la ficción en los últimos años (en términos puramente cuantitativos).

Gana altura literaria la novela en los períodos en que Volpi relega a un segundo plano los hechos históricos, se concentra en los personajes puramente novelísticos de la trama, y suelta las riendas de la forma de contar que constituye su suerte natural. En esas fases le brota un aliento poético que impulsa su imaginación y le otorga una personalidad definida y mucha más fuerza a su estilo. En esa línea se inscribe sin duda el preludio, una absorbente y dramática narración del accidente nuclear de Chernóbil. En “lo otro”, en lo más ceñido al dato histórico, se le nota en exceso contenido, en una provisional unión de hecho con un estilo más plano, aunque aún en límites tolerables, pulcro o correcto, gracias al apoyo en la precisión de los verbos y en la evitación de las fórmulas insoportablemente trilladas (recuerden, si pueden, algún best-seller que hayan tenido el estómago de soportar, aunque fuera sólo por espacio de unas páginas); pero se percibe un exceso de presión o censura interna para no alargarse demasiado, un empeño obstinado en ir llegando al final sin sobrepasar un número de páginas supuestamente disuasorio e indeseable. Las historias personales que durante buena parte de la novela discurren en distantes paralelos se van ovillando hacia el final, quizás menos logrado que el desarrollo de la novela. El desenlace tiene algo de “pim-pam pum”, se acabó, disuélvanse, por favor, hasta aquí hemos llegado. O igual es que, como ocurre en los puntos de quiebre de la historia y atestigua esta novela cuando han sido tantas las esperanzas que se depositaron en el cambio, que también los finales de las novelas tienden a generar decepción, más aún si se trata de novelas algo largas. O quizás sea simplemente que por todas partes sobrevuelan los muy humanos cambios de ánimo, ya sea a un lado del espejo, al otro o ambos, volubilidades o desarreglos anímicos de los que se encuentran muy conspicuos ejemplos entre los personajes de esta novela. 

En cualquier caso, “No Será la Tierra” es una lectura que deja recompensa, tiene fases de altura literaria, prometedoras de un talento que algún día encontrará el traje de su medida (o ha ocurrido ya entre tanto el feliz emparejamiento y simplemente este comentarista no se ha enterado), y constituye una excelente ocasión para recordar, o conocer por primera vez, el final de la Guerra Fría. En vez de ser escarnecido por su exceso de ambición o por haber traspasado rígidas fronteras de género, incursionándose en el habitual lodazal del thriller -en forma de combinado político-científico-detectivesco-, sin renuncia a “la novela literaria”, creo que Volpi merece el reconocimiento a la valentía que nos descubre la ambición de su empresa, que además no cabe en justicia declararla fallida, sino en una transitoria suspensión de pagos. Lo que sí puede es que haya muerto en el intento, en vista del ingente despliegue de esfuerzo narrativo y documental que se intuye detrás de su novela y, es posible, que a ello se añada el dolor por haber sacrificado en forma voluntaria la capacidad para hacer literatura que da la impresión que Volpi tiene. Por cierto, las reiteradas aposiciones, que inicialmente le despertaron recelo, han terminado por no disgustarle a este reseñista (Boris Yeltsin, de fuertes brazos; Gorbachov, pastor de hombres; Moscú, ciudad de anchas calles).

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