martes, 21 de marzo de 2017

Ayer fui al cine o de cómo Internet (y su parentela) nos ha simplificado la vida

(Foto tomada de cupon.com)

Una de las grandes líneas divisorias de la humanidad es la que sitúa, a uno y otro lado, los escépticos y los crédulos de “los adelantos” -palabra que hoy se traduce como nuevas tecnologías-. Los muy creyentes abominarán de esa formulación, tan antañona. Pero lo cierto es que le cuadra a la perfección, por evitar lo de pintiparado, puesto que le va como anillo al dedo, incluso le sienta como un guante, ya que vuelve el frío. Pintiparado, pobre adjetivo maldito, condenado a un uso residual y de finalidad cómica. La vida puede resultar muy dura. También entre las palabras hay destinos crueles.

Ayer fui al cine. Era lunes, pero fue festivo allí donde moro, vivo, habito o resido, elijan ustedes. “Pues vale” se dirán con toda la razón, así como qué tiene esto que ver con el primer párrafo. Enseguida me pongo a ello, no se impacienten.

Con la tablet mal asentada sobre la cama y tras cambiar de red wifi —la conexión iba lenta y no sé qué demonios pasa últimamente con la selección automática de red— elegimos película. El plural es porque éramos dos, marido y mujer para más señas, los queríamos ir al cine. Hubo que leer algunas sinopsis, ver cinco o seis “trailers”[1] y lograr el no siempre fácil consenso. Esa ni de coña, ni muerta me meto yo ahora una película china entre pecho y espalda. Pues esa otra que dices tú tiene una pinta de bodrio… Esta vez fue relativamente fácil. No hubo heridos, ni menos aún bajas. Igual porque comimos mucho y el aturdimiento digestivo contribuye al acuerdo o el aquietamiento, atenúa exigencias y combatividades.

En consecuencia, me puse con la compra anticipada de las entradas. Para evitar problemas y elegir localidades de nuestro gusto. En eso solemos compartir criterio, quizás sea la fuerza de la costumbre.  En lunes final de puente y siendo una película danesa en VOS no parecía hubiese mucho riesgo de darnos de burces con el “Entradas Agotadas”, pero ya que estábamos, mejor rematar la faena.

¡Qué pereza! Tuve que levantarme del catre a por las tarjetas: la de socio de los cines que está con el lote de las poco habituales (¡eureka, esta vez estaba en su sitio!) y las de crédito y débito, por si acaso. Fui precavido y me llevé la cartera. De paso y por indicación de su madre, les mostré a nuestros hijos el tráiler. Ya que te levantas, prueba, por si acaso quisieran venir con nosotros al cine…. ¿Tú crees? Por probar no se pierde nada. Sobre todo nada pierde el que se queda en la cama, pensé, pero me lo callé. A veces, es mejor no provocar.

El niño —aún le cuadra sin forzar demasiado el concepto— me hizo ponérselo en silencio junto a la pantalla en que jugaba online al FIFA no sé cuántos con la PlayStation 4 (creo). Con un movimiento de cabeza, algo despectivo y del todo inequívoco, rechazó acompañarnos. Tablet en mano, fui al otro dormitorio, donde me tumbé junto a la niña, o la que hasta hace no tanto lo era. Estaba viendo en su móvil, el doble de caro que el mío y siete veces el de su madre, una serie en Netflix. Igual es por tanta conexión que iba lenta la red, ¿no? Y eso que hay tres surcando la casa o partes de ella. Un lío, sin epíteto, que por escrito es de mal tono. Paró la reproducción de la serie, la reinició unos segundos al ver que el tráiler no cargaba de inmediato, la volvió a parar y al minuto de tráiler: papá, da igual lo que me enseñes, no me apetece nada ir al cine. Vale. Me fui de su habitación, tablet en mano y rabo entre las piernas.

Es bonita esta edad en que los hijos van descubriendo el mundo adulto y, por encima de todo, cada uno de los defectos, limitaciones, carencias, desvaríos, necedades, errores contumaces, incapacidad para enterarse y entender, los múltiples aspectos ridículos y el ser molesto, en suma, de esos proveedores cautivos que responden al nombre de padres, torpes como nadie en el uso del Smartphone. Una especie de atávicos paletos sin remedio que jamás están al día sobre lo que es tendencia, ni miden el mundo por el número de likes y reproducciones de una fotografía o un vídeo. De algunos vídeos hasta se enteran por las noticias los muy burros. Y encima hablan raro, con un vocabulario que es a la vez inútilmente extenso y desprovisto de  la gracia de los neologismos. Los pobres ignoran expresiones de lo más básico. ¡¿En serio que no lo habías oído nunca?! ¡Pero si lo dice todo el mundo!

(Foto: Thinkstock.com)

De vuelta en la cama me puse con la compra de dos entradas, solo dos, como ambos sabíamos que sería. Mi mujer desparramaba su sopor, puede que en un lento avance hacia el sueño, abortado por mis gestiones, las cuales iba narrando y consultando, según los casos. La web de los cines, gracias a nuestra renacida afición por el séptimo arte en sala y en VOS, se ha vuelto más dócil. Ahora que la domino, que he penetrado en su lógica interna, me parece injusto haber jurado en arameo contra ella en visitas pasadas.

Redirigido a la plataforma (o como se llamen esas cosas) de compra de entradas, elegimos asiento. El acuerdo en eso se produce con facilidad. Los años de costumbre gregaria, supongo. Cliqué en falso un par de veces por el mal apoyo del dispositivo y deficiente ángulo de mi postura, pero las butaquitas acabaron cambiando de color. Le dimos una vuelta a la grave cuestión, las cambiamos, y finalmente regresamos a la primera selección. Lo siguiente, por suerte ya previsto, me pidieron el número de mi tarjeta de socio (consulta física), el DNI con letra (ese lo llevo puesto siempre en la cabeza y no hubo líos de digítos, ni de “sensibilidad” mayúsculas/minúsculas). Y sin contraseñas, ni gaitas. ¡Qué maravilla!

Luego rellené dos campos de códigos promocionales. Igual me ahorré un euro por entrada. La verdad es que no lo sé, pero cuando uno pierde un descuento se siente imbécil. Por todas partes la gente los caza y algunos, según cuenta, son bicocas dignas de sagaces y hábiles exploradores, comparables al descubrimiento de minas de oro o de diamante, logros sólo al alcance de los más avezados. En Por tanto, lograr un descuento es algo que trasciende de lo material, le sube a uno la autoestima y lo predispone para experimentar la felicidad. Los códigos los tenía en el móvil, en las entradas anteriores, y sin caducar, sólo a punto. Pero eso da igual, como pasa con las ocasiones de gol, ligar o que te toque la Primitiva. Son hechos binarios, no admiten medias tintas, sí o no, dentro, o fuera.

Con una aplicación que me descargué justo para esto, cliqué sobre una “i dentro de un círculo” y bajando, ya me lo sé, encontré la casilla de código promocional. ¡Ojo, no confundir con el localizador! Desplegar esos códigos no es tarea fácil, salvo que estés ocioso y te dé por pulsar la discreta y hasta escondida “i”. Cabe también que en un mal movimiento abras esa pestaña y, ya puestos, todo curiosón desciendas por el papiro de información. El truco, ahora llamado tip, como la pareja de Coll, me lo dio semanas atrás una taquillera-acomodadora-controladora de accesos. Hoy día todo es “multi-tasking”. Era esbelta, joven y atractiva. O a mí me lo resultó, a pesar del poco favorecedor (medio) uniforme. Lo justo para la identificación. Hay que reducir costes. El pantalón que se lo paguen ellos y así os vestís a vuestro gusto, cómodos, aunque recomendamos el color azul o negro. En la oscuridad de la sala donde los títulos de crédito descendían por la pantalla, con su rostro retroiluminado, con nuestros cuerpos y caras casi pegados para compartir la pantalla, sentí algo. Algo así como un dulce adormilamiento, de niño que admira a su maestra y, lo sepa o no, se enamora de ella o de la mujer, en general. Quién sabe, pero hubiera estirado ese tiempo. Me habría tragado un tutorial de media hora sobre mi móvil o lo que fuera.

Freno en seco las ensoñaciones; vuelta a la realidad, a la compra de las entradas. Llegó el momento del pago. En mala hora se me ocurrió preguntar. La seguridad über alles. Tuve que recargar la tarjeta de prepago conectándome con la web de mi banco y usando un código que me enviaron al móvil, después de haber consultado el saldo. Llegar a ese dato también tiene su intríngulis[2], pero gracias a dios en mi banco llevan ya tiempo sin cambiar las cosas de sitio. Un beneficio de la crisis, puede. Temo la recuperación… Aunque avisan de que la recarga puede tardar hasta dos horas (la táctica defensiva, ya se sabe) el saldo estuvo disponible ipso facto. Nueva comprobación refrescando la barra de navegación.

Finalmente, se abrió un abanico de posibilidades en el “esmarfone”. Imprimir las entradas, descargarlas en formato pass o ptk, u otra gaita similar. Las abro con una app que se llama Wallet, creo, y que me bajé justo para esto. Va bien, aunque alguna vez me la ha jugado en la cola de la sala, con el personal haciendo ver su impaciencia. Échese a un lado, por favor, te dice condescendiente con tu torpeza el miembro del staff. Debes descargarte antes las entradas virtuales para que las lea tu app y el lector infrarrojo. Ya lo he pillado. La tercera opción era imprimir las entradas con el localizador en el propio cine. Le hice una foto, prevenido que es uno… Imprimir sus entradas en los kioskos situados el hall de entrada o algo así decía el correo electrónico recibido.

Tanta gracia me hizo lo de los quioscos, puesto que son unas pequeñas máquinas situadas junto a las taquillas, como me parecía recordar, que al llegar allí me dio por imprimirlas. Recordé que el localizador era de seis caracteres al alfanuméricos, como los de los vuelos y desprecié otros dos o tres que aparecían en la entrada en la pantalla, que ya llevaba abierta, por si acaso. Ni siquiera tuve que buscar en la galería la precavida foto del localizador. Pensé en mandársela por WhatsApp, como adjunto, a mi  mujer, pero temí que el cling le hiciera abalanzarse sobre su móvil, perturbando su descanso. Me gusta el papel, qué le voy a hacer. Parece que compro más y luego aparecen en los bolsillos de abrigos o cazadoras, en ocasiones mucho después, con el título de la película, fecha, sesión y demás. Reconforta seguirse uno mismo el rastro, tratar de hacer memoria de aquella película y día. De paso, con las entradas en papel, impresas en un santiamén o pispas en “el Kiosko”, dispongo de un duplicado de los nuevos códigos promocionales.

Con práctica, sin pasos en falso, teniendo a mano Tablet, móvil y las dos tarjetas, en unos diez minutos, tal vez fueron quince entre una cosa y otra, uno se hace con sus entradas. La diminuta sala donde se proyectaba “Land of Mine. Bajo la arena” estaba a media ocupación. Tal vez gracias a las nuevas tecnologías logramos mejores entradas y evitamos una siesta que podría haber frustrado el ir al cine, por problema de horarios o la pereza subsiguiente.



Un gran adelanto poder comprar las entradas de cine por Internet, ¿no? Todo se ha vuelto asombrosamente cómodo y fácil con Internet. ¿Quién se atreve a negarlo? De hecho, es gracias a Internet que yo puedo contar esta batallita y usted leerla, si ha llegado hasta aquí o decide ahora volver arriba. Y ambos, quizás, perder nuestro tiempo en o con la red. Comprendo la lástima de mis hijos por quienes crecimos sin Internet, tablets, ni arcaicos móviles siquiera. Vivíamos medio incomunicados, necesitábamos un artilugio adicional, la cámara de fotos, y aguardar al lento y costoso revelado para lograr una ansiada imagen, buscar una cabina para llamar por teléfono e incluso algunos de entre nosotros encontrábamos placer y entretenimiento en un objeto tan ramplón y lento como es un libro. Un endiablado torrente de palabras que, para colmo, no ofrece otra posibilidad de interacción que nuestro pensamiento. 

¡Albricias, pues! ¡Tenemos Internet para simplificar y expandir nuestras vidas! Esa es otra gran línea divisoria, mayor que la era glacial o la que deslinda la prehistoria de la historia. Al menos ellos están convencidos de que así es, por no decir que lo creen a pies juntillas. Espero que mi hijo valore que más arriba dije cinco o seis, en vez de cerca de media docena. Se la tiene jurada a la unidad de cuenta de los huevos y, a su través, a su padre. Más de una docena de veces, tal vez dos o hasta tres docenas de veces me ha demostrado la criatura que no soporta que diga media docena. Son la generación más preparada y tolerante. Eso tampoco lo discute nadie, que no se lo salta un gitano, vamos.

¿Y qué decir de cuánto ha mejorado la música de los viajes en familia? Ni un minuto de aburrimiento, libres de ese sucedáneo de pasatiempo que era la pacífica y absorta contemplación del paisaje o, peor aún, de tener que conversar. No hace falta recorrerse el dial cada pocos kilómetros para sintonizar emisoras de radio, ni comprar ninguna discutible y cara cassette de gasolinera, ni desparejar los CD (la RAE no resuelve el plural) de sus logradas cajas, prodigio de resistencia. Toda la música de la humanidad, o lo más parecido a ello, al alcance de un dedo. Además, hoy en día sí se discute es por algo útil, con un fin concreto, nada de enredarse en vagas disputas conceptuales, batallas pasadas o cuestiones ajenas. Cada cuál pide, exige, su música en Spotify y el poder sobre el bluetooth. El suplicante conductor depende de la benevolencia ajena para poder oír, al fin, algo de su agrado. El silencio incluso. Benditos sean los adelantos, sobre todo sí se viaja solo, y siempre que no se distraiga uno mucho con la pantalla...






[1] Algún día buscaré la relación entre esos bocaditos de cine y los camiones cargados de flamantes automóviles que amenazan con caer sobre nosotros por carreteras y otros caminos de Dios. Más aún desde que un mejicano me dijera que su cuñado es “trailero”. Ganas me dieron de decirle que el mío se le parece, ya que es trolero profesional, pero me lo callé. Ignoraba de qué humor estaba mi santa y, fuese el que fuera, no me arriesgué a empeorarlo.

[2] ¿No les suena como cunnilingus? Sólo que como si uno estuviera buscando, así en plan inocente y descuidado, como el que no quiere la cosa, otro escondrijo, más recóndito y recoleto. No sé, igual es sólo cosa mía. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Donde se da un like? O mejor decir que me ha gustado. Excelente la descripción del caracter de la madre y los niños. Me ha dejado en ascuas lo de tu cuñado... a quien te referiraaas?

David dijo...

Hola, Anónimo.

Hay tres casillas en un cuadro sombreado a continuación del texto para "puntuar" el artículo
(sin interés, interesante o muy interesante). Ahí mismo puedes enlazarlo en Facebook y, con las mismas o en estadio subsiguiente, "concederle u otorgarle" un Like. El público adolescente valora mucho eso. ;-)

Me alegra que te haya gustado. Aunque este texto es muy autobiográfico y, por tanto, apegado a la realidad o, mejor dicho, a la percepción que de ella tiene su autor, se hace duro renunciar por completo a la licencia literaria de la invención.

Creo haber usado esa licencia en lo del cuñado y en algún que otro punto. Aparte, tengo unos cuantos cuñados (una "jartá de cuñaos", diría un andaluz) y aquí está singularizado. Ahora que me haces pensar en ello, caigo en que alguno que otro goza (y se vale) de una notable inventiva, sí. Sería injusto pretender el monopolio de ella para el clan de los escritores o juntaletras.

Ahí están las excusas (escolares, laborales, matrimoniales o de pareja, etc.) para atestiguar la ingente aplicación diaria y universal, diría, de tan notable facultad humana y por motivos que nada tienen que ver con la creación o el arte, sino por la pura conveniencia o la comodidad, incluso. Las mentiras comparten con la narrativa la obligación de que su autor las recuerde, así como de que resulten creíbles y concuerden con los hechos y datos que van produciéndose o aflorando con posterioridad. Asimismo, alguna gracia o talento y la originalidad en su formulación las favorecen. Sin adornarse en exceso, todo medido y verosímil. El paralelismo es total. ;-) Yo lo conozco porque escribo historias y me cuentan mentiras, que conste.

Por último, Es la tuya una semi-pregunta diabólica. De una parte, no sería prudente, ni correcto, ni siquiera literariamente aceptable dar nombres. De otra, la presente respuesta tal vez sería la misma en caso de tratarse de una mentira, lo que hace que mi sinceridad quede cuestionada.